Entrevista realizada a Jos茅 Ignacio Cabrujas en 1987



Jos茅 Ignacio Cabrujas. Ilustraci贸n de Isabel Adler

Entrevista realizada a Jos茅 Ignacio Cabrujas en 1987.

Jos茅 Ignacio Cabrujas (1937/1995)



El Estado del Disimulo

Entrevista realizada a Jos茅 Ignacio Cabrujas en 1987, por el equipo de la revista Estado & Reforma (Luis Garc铆a Mora, V铆ctor Su谩rez, Trino M谩rquez y Ram贸n Hern谩ndez).

Exponente de la modernidad del teatro venezolano, Jos茅 Ignacio Cabrujas no se oculta en la forma para evadir el fondo. Racionalmente cr铆tico con la realidad, tiene su referente directo en la cultura venezolana y su raz贸n dial茅ctica parte de la confrontaci贸n de la regionalidad y la universalidad para asegurar una evidente trascendencia: actor, director y dramaturgo se inici贸 en el oficio con el Teatro Universitario de la Universidad Central de Venezuela, donde estudiaba Derecho. Hombre de la televisi贸n y del periodismo, no ha desaprovechado sus opciones como comunicador de masas. De aguda percepci贸n, claro estilo y reflexivo decir, es un intelectual de bien ganada credibilidad en el quehacer cultural contempor谩neo.


Cabrujas dej贸 volar su gusto por el an谩lisis y la reflexi贸n durante tres horas con el equipo editor de Estado & Reforma. Por razones estrictamente relacionadas con la dictadura del espacio, buena parte de la conversaci贸n se ha quedado en la libreta; sin embargo, consideramos que la s铆ntesis que presentamos refleja en buena medida el parecer de Jos茅 Ignacio Cabrujas sobre el Estado y el proceso modernizador que adelanta la Comisi贸n Presidencial para la Reforma del Estado.


–El concepto de Estado en Venezuela es apenas un disimulo...


–El concepto de Estado es simplemente un “truco legal” que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y dem谩s formas del “me da la gana”. Estado es lo que yo, como caudillo, como simple hombre de poder, determino que sea Estado. Ley es lo que yo determino que es Ley. Con las variantes del caso, creo que as铆 se ha comportado el Estado venezolano, desde los tiempos de Francisco Fajardo hasta la actual presidencia del doctor Jaime Lusinchi. El pa铆s tuvo siempre una visi贸n precaria de sus instituciones porque, en el fondo, Venezuela es un pa铆s provisional. La sensaci贸n que uno tiene cuando viaja al Per煤 o a M茅xico y observa las edificaciones coloniales, –palacios de gobierno, cuarteles, catedrales, inquisiciones, es decir, las formas arquitect贸nicas del Estado–, es de permanencia y solidez, como si la noci贸n de futuro estuviese en cada ladrillo. Quien hizo la Catedral de M茅xico, adem谩s de edificar un concepto, pretendi贸 exactamente levantar un templo perdurable y asombroso. Por el contrario, cuando uno entra en la Catedral de Caracas, termina por entender donde vive. La Catedral de Caracas es un parecido, un lugar grande, relativamente grande, todo lo grande que podr铆a ser en Venezuela un lugar religioso, pero al mismo tiempo se trata de una edificaci贸n provisional que forma parte del “m谩s o menos” nacional. Uno siente ese “m谩s o menos” en la artesan铆a de los racimos de uvas, corderos pascuales, tri谩ngulos teologales o sandalias de pastores. Uno comprende que alguien levant贸 esa catedral “mientras tanto y por si acaso”. La historia nos habla de un pa铆s rico habitado por depredadores incapaces de otra nostalgia que no fuese el recuerdo de Espa帽a. Se dice que nuestros ind铆genas eran tribus errantes que marchaban de un lugar a otro en busca de alimentos. Pero tan errantes como los ind铆genas fueron los espa帽oles. Vivir fue casi siempre viajar y cuando el Sur comenz贸 a presentirse como el lugar del “oro prometido”, ll谩mese Dorado o Potos铆, Venezuela se convirti贸 en un sitio de paso donde quedarse significaba ser menos. Menos que Lima. Menos que Bogot谩. Menos que el Cuzco. Menos que La Paz. Se instal贸 as铆 un concepto de ciudad campamento magistralmente descrito por Francisco Herrera Luque en una de sus novelas.


–¿Seguimos viviendo en un campamento?


–Han pasado siglos y todav铆a me parece vivir en un campamento. Qui茅n sabe si al campamento le sucedi贸 lo que suele ocurrirle a los campamentos: se transform贸 en un hotel. Esa es la mejor noci贸n de progreso que hemos tenido: convertirnos en un gigantesco hotel donde apenas somos hu茅spedes. El Estado venezolano act煤a generalmente como una gerencia hotelera en permanente fracaso a la hora de garantizar el confort de los hu茅spedes. Vivir, es decir, asumir la vida, pretender que mis acciones se traducen en algo, moverme en un tiempo hist贸rico hacia un objetivo, es algo que choca con el reglamento del hotel, puesto que cuando me alojo en un hotel no pretendo transformar sus instalaciones, ni mejorarlas, ni adaptarlas a mis deseos. Simplemente las uso. No vivo en un lugar, me limito a utilizar un lugar. El gigantesco hotel necesitaba la f贸rmula de un Estado capaz de administrarlo. Alguna vez, ¿qui茅n sabe cu谩ndo?, fue necesario comenzar a crear instituciones, leyes, reglamentos, ordenanzas para garantizar un m铆nimo de orden, de convivencia. Habr铆a sido m谩s justo inventar esos art铆culos que leemos siempre al ingresar en un cuarto de hotel, casi siempre ubicados en la puerta. “C贸mo debe vivir usted aqu铆”, “a qu茅 hora debe marcharse”, “favor, no comer en las habitaciones”, “queda terminantemente prohibido el ingreso de perros en su cuarto”, etc., etc.; es decir, un reglamento pragm谩tico y sin ning煤n melindre principista. “Este es su hotel, disfr煤telo y trate de echar la menos vaina posible”, podr铆a ser la forma m谩s sincera de redactar el primer p谩rrafo de la Constituci贸n Nacional, puesto que por “Constituci贸n Nacional” deber铆amos entender un documento sincero, capaz de reflejar con cierta exactitud lo que somos, y lo que aspiramos.


–Pero...


–En lugar de esa sinceridad que tanto bien pudo hacernos, elegimos ciertos principios elegantes, apol铆neos m谩s que elegantes, mediante los cuales 铆bamos a pertenecer al mundo civilizado. El campamento aspir贸 a convertirse en un Estado y para colmo de males, en un Estado culto, principista, institucional, en todo caso, legendario por todo lo que tiene de hermoso y de irreal. Las constituciones nacionales, desde los hermanitos Monagas para ac谩, son verdaderos tratados de contemporaneidad y hondura conceptual. El d茅spota, y vaya si los hubo, jam谩s us贸 la palabra “tiran铆a”, ni los eufemismos correspondientes, como podr铆a ser la palabra “autoritario” o “gobierno de fuerza” o “r茅gimen de excepci贸n”. Por el contrario, redactar una Constituci贸n fue siempre en Venezuela un ejercicio ret贸rico, destinado a disimular las criadillas del gobernante. En lugar de escribir “me da la gana”, que era lo real, el legislador por orden del d茅spota, escribi贸 siempre “en nombre del bien com煤n” y dem谩s afrancesamientos por el estilo.


El resultado es que durante siglos nos hemos acostumbrado a percibir que las leyes no tienen nada que ver con la vida. Nunca levantamos muchas salas de teatro en este pa铆s. ¿Para qu茅? La estructura principista del poder fue siempre nuestro mejor escenario.




Ilustra con una an茅cdota:

–Nicanor Bolet Peraza escribi贸 una cr贸nica costumbrista sobre el Teatro del Maderero. Se representaba all铆, en los d铆as de Semana Santa, nada menos que La Pasi贸n de Cristo, con crucifixi贸n y azotes y crueldades habituales a la seren铆sima figura del Hijo del Hombre. Cuenta Bolet Peraza que en la escena del G贸lgota sal铆an los dos centuriones romanos y representaban aquella escena donde Cristo pide agua de manera conmovedora. Los dos centuriones empapaban esponjas con hiel y vinagre, acerc谩ndolas a la boca del crucificado. Entonces comenzaban a o铆rse grandes carcajadas en la sala, puesto que todo el mundo supon铆a, vaya usted a saber por qu茅, que las esponjas estaban repletas de mierda. Mayor era el sufrimiento de Cristo y m谩s vigorosas eran las risotadas de los espectadores. Hasta que un ni帽ito grit贸: “!Es que ese no es Cristo!; ese es el hijo de Estelita con el chichero de la esquina!” Nada, en mi vida de hombre de teatro, me ha parecido tan esclarecedor como esta escena. En efecto, asumir la majestad es una de nuestras imposibilidades. Jam谩s hemos aceptado el drama extremo del poder. Cuando la instituci贸n se toma en serio a s铆 misma, no tarda en aparecer el rasero de la “joda”. Est谩 bien, gobierna... pero tampoco te lo tomes tan en serio. Est谩 bien, ponte el uniforme y mete la barriga... pero, d茅jate de vainas, porque t煤, uniformado, protocolar, d谩ndotelas de gran cosota, sigues siendo el hijo de Estelita con el chichero de la esquina.


Insiste en el ejemplo:


–La entrada del Presidente de la Rep煤blica al Congreso, en la ceremonia de entrega de cuentas, se parece a la contradicci贸n que vivimos. All铆 est谩 la verdadera identidad nacional, en ese presidente picar贸n, desesperado porque no vaya alg煤n jodedor a pensar que 茅l se lo est谩 tomando en serio. Persiste en m铆 una imagen, la del presidente Luis Herrera Camp铆ns en el trance de dar una de sus habituales ruedas de prensa, transmitidas en cadena nacional de radio y televisi贸n. La ceremonia era id茅ntica quincena tras quincena. Los televidentes observ谩bamos una puerta laqueada, de un versallismo arrepentido, repleta de ornatos dorados, como corresponde a una puerta de poder. Se abr铆a la puerta y la c谩mara retroced铆a hasta mostrar a dos soldados venezolanos, fornidos y retacos, vestidos con la interpretaci贸n estilo Centeno Vallenilla del uniforme de Carabobo, inexplicablemente zarista como si se tratara de una escena de La Guerra y la Paz. De inmediato sal铆a Herrera, precedido de una fanfarria republicana casi siempre destemplada. Y comenzaba la comedia porque Herrera en ese corto paseo hacia la sala de conferencias, hacia un gigantesco esfuerzo por aparentar cordialidad y llaneza de car谩cter. All铆 lo ve铆amos gui帽ar el ojo, dar palmaditas, sonre铆r a la c谩mara, saludar con la mano a la altura de la cintura para no parecerse al emperador Trajano. Era como si Herrera nos dijese: “!Un momento! !Yo sigo siendo Luis Herrera! (el hijo de Estelita y el chichero), yo estoy cumpliendo un protocolo m谩s o menos y tal, pero sigo siendo el amigo cordial, el simpatic贸n Herrera, el gordo Herrera, el 帽ato Herrera, el negro Herrera, el c贸mplice de todos ustedes cruzando un pedacito de Miraflores sin que los humos se me hayan ido a la cabeza”. Porque m谩s all谩 de las ceremonias, el Presidente sabe muy bien a quien representa.


Terminada la comparaci贸n, regresa a lo concreto:


–Alg煤n pol铆tico del siglo XIX en Venezuela, lamento no recordar ahora su nombre, dijo que el venezolano pod铆a perder la libertad pero jam谩s la igualdad. Nosotros entendemos por igualdad ese formidable rasero donde a todos nos hace el traje el mismo sastre, donde lo importante es que no me vengas con cuentos, no te la des “de”, porque si te la das “de”, yo te desmantelo, yo acabo contigo, yo digo la verdad, yo revelo qui茅n eres t煤 en el fondo, qu茅 clase de pill铆n o de sinverguenz贸n eres t煤, para que no te me vayas demasiado alto, para que no te me vuelvas predominante y espectacular.


Otro ejemplo:


–A帽os atr谩s, cuando trabajaba en la Direcci贸n de Cultura de la UCV, fui invitado por el inolvidable Jes煤s Mar铆a Blanco a una recepci贸n acad茅mica mediante la cual se iba a rendir homenaje a un ilustre venezolano que hab铆a hecho un singular aporte a la cirug铆a cardiovascular. Las revistas inglesas y norteamericanas, me refiero desde luego a revistas especializadas, hab铆an comentado en t茅rminos sumamente elogiosos y admirativos al trabajo de nuestro compatriota, de all铆 que la Universidad se sent铆a en el deber de reconocer, con la solemnidad del caso, los logros de un miembro de la comunidad. Est谩bamos all铆 muchos invitados, y los acad茅micos entraron con toga y birrete, aproxim谩ndose de inmediato al homenajeado. El rector pronunci贸 un parco discurso donde destac贸 la trayectoria de ese gran cirujano. Me pareci贸, y por lo dem谩s, era natural, que el distinguido cient铆fico se sent铆a muy bien porque mostraba un evidente orgullo y hasta una honda emoci贸n. Concluy贸 el acto. Salieron las cuadrillas de mesoneros con las correspondientes botellas de champagne y el protocolo se “anim贸” despu茅s de un vigoroso aplauso en el instante en que el rector condecor贸 al “hombre”. No hubo en ese aplauso ninguna hipocres铆a. Por el contrario, era una reacci贸n emotiva y, desde luego, sincera. Pero despu茅s de los aplausos, comenz贸 el cocktail, desaparecieron las togas y los birretes y todo el mundo se “republicaniz贸”. Entonces empez贸 la verdadera ceremonia nacional, el aut茅ntico ritual de “no te me vayas tan lejos”. Los amigos rodearon al encumbrado y as铆 como en las corridas de toros salen los picadores, para que el toro se acostumbre a la lidia, es decir, para que el toro sea menos toro, as铆 al doctor Gonz谩lez (invento el apellido porque no recuerdo c贸mo se llamaba el cirujano) lo comenzaron a llamar Gonzalito. Menudearon las palabrotas y las palmadotas: “!Gonzalito, carajo! ¿Qui茅n lo iba a decir, Gonzalito? ¿C贸mo fue ese peg贸n, Gonzalito, si a ti te “rasparon” en Anatom铆a II? !Si t煤 eras m谩s malo que el carajo! ¿Esa operaci贸n no te la har铆a la enfermera?” Etc., etc. Esta sociedad familiar que no acepta deserciones a la cervecita cotidiana, que convierte a Gonz谩lez en Gonzalito, justamente el d铆a que Gonz谩lez es m谩s Gonz谩lez que nunca, esta sociedad de complicidades, de lados flacos, ha hecho de la noci贸n de Estado un esquema de disimulos. Vamos a fingir que somos un pa铆s con una Constituci贸n. Vamos a fingir que el Presidente de la Rep煤blica es un ciudadano esclarecido. Vamos a fingir que la Corte Suprema de Justicia es un santuario de la legalidad. Pero en el fondo, no nos enga帽emos. En el fondo, todos sabemos como se “bate el cobre”, cu谩l es la verdad, de qu茅 pie cojea el Contralor, o el Ministro de Energ铆a, o el Secretario del Ministro de Educaci贸n. La “verdad” no est谩 escrita en ninguna parte. La verdad es mi compadre, la verdad es el resorte mediante el cual puedo burlar la apariencia legal, eso que en la jerga administrativa se denomina la “veredita”. Lo expresa muy bien el venezolano cuando decimos: “No, chico, no hables con el Secretario. Habla directamente con el Presidente, porque el Secretario es un pendejo. Vete a la cabeza”.


–Nadie conf铆a en nadie...


–Hemos aprendido a vivir minti茅ndole al Estado, y ese aprendizaje tiene raz贸n de ser si este pa铆s viviese de acuerdo a las normas, leyes, disposiciones, reglamentos, permisos, procedimientos, etc., todo se habr铆a paralizado. En tiempos del doctor Caldera, yo trabajaba en el fallecido INCIBA y hab铆a all铆 una disposici贸n mediante la cual no se pod铆an efectuar 贸rdenes de pago por encima de cinco mil bol铆vares. Un cheque por m谩s de cinco mil bol铆vares ten铆a que ser sometido a revisiones, autorizaciones y otras tortuosidades que escapaban a la din谩mica de ese gasto, casi siempre urgente. ¿Qu茅 soluci贸n se encontr贸 para burlar este principio, probablemente justo, probablemente necesario? Emitir varios cheques de cinco mil bol铆vares a la misma persona o a la misma entidad. Si era necesario gastar diez mil bol铆vares en una urgencia, se ordenaban dos cheques de cinco mil y todo el mundo en paz. No se trataba de un robo. Se podr铆a definir como una realidad paralela al ser apol铆neo que es el Estado venezolano. Si te detiene un fiscal de tr谩nsito, t煤 sabes muy bien que por encima de su reclamo protocolar (usted se comi贸 la luz, ciudadano), hay una proposici贸n paralela, no necesariamente deshonesta. Puede ser que el fiscal te diga simplemente: “mira, vete y vamos a dejar esa vaina as铆”, probablemente porque t煤 le has dicho al fiscal: “hermano, es que tengo a mi mam谩 enferma, es que me est谩n esperando en el Hip贸dromo porque me van a dar un dato, es que ven铆a distra铆do porque tengo un problem贸n en mi casa”. ¿Por qu茅? Porque la boleta que el fiscal te debe entregar de acuerdo a las disposiciones del tr谩nsito es en el fondo una agresi贸n personal. No es que t煤 faltaste. Es que t煤 le ca铆ste mal al fiscal. Es que el fiscal es un antip谩tico, un desgraciado, que ese d铆a se levant贸 de mal humor porque anoche qui茅n sabe lo que comi贸 ese mu茅rgano que la pag贸 conmigo. De ah铆 que la corrupci贸n sea un establo habitual, yo dir铆a que normal, en ese inmenso tejido de situaciones cotidianas donde necesitamos dialogar con el Estado convertido en fiscal de tr谩nsito, o en escribiente de tribunal, o en secretario de notar铆a, o en enfermera de los Seguros Sociales. Los procedimientos no persiguen en este pa铆s aligerar los procesos. Por el contrario: casi siempre se trata de verdaderos obst谩culos que no tienen nada que ver con mi vida. El funcionario es mi enemigo cuando se pone pesado, es decir, cuando cumple con las normas. Por eso, en Venezuela, todo funcionario p煤blico cumple con las normas. Por eso, en Venezuela, todo funcionario p煤blico o es un delincuente o es un antip谩tico. La verdadera filosof铆a del Estado venezolano descansa sobre un axioma preciso y di谩fano, esto es: el Estado en Venezuela sirve para impedir una cat谩strofe. El Estado desconf铆a absolutamente de los ciudadanos. El Estado venezolano parte de la idea de que somos unos pillos y de que es necesario impedir que seamos tan pillos.


–¿C贸mo hacer un pa铆s donde la realidad no est谩 divorciada de lo que est谩 escrito en el papel?


–Hace unos a帽os escrib铆 una comedia llamada Acto Cultural. Los personajes de esa comedia eran miembros de la Junta Directiva de una Sociedad Cultural en una peque帽a ciudad provinciana. Viv铆an para la cultura y representaban la cultura, quiero decir, “la gran cultura”. Un d铆a, esta Junta Directiva de la Sociedad Louis Pasteur decide celebrar los 50 a帽os de la instituci贸n, con una representaci贸n teatral de la vida de Crist贸bal Col贸n. La representaci贸n es un fracaso, porque, diab贸licamente, perversamente, en lugar de recitar el texto previamente acordado, esos miembros de la Sociedad Pasteur hablan de lo que les pasa, confrontan sus intimidades, proclaman sus amarguras y cat谩strofes cotidianas. El Secretario de la Sociedad declara ante los supuestos espectadores del pueblo que a 茅l toda la vida lo que le ha gustado es el trasero de una alemana y la posibilidad de tomarse 15 rones despu茅s de las seis de la tarde. Que esa es su cultura, porque, al mismo tiempo, esa es su apetencia, su sinceridad, su realidad. La declaraci贸n es catastr贸fica y las “fuerzas vivas” de la localidad abandonan el recinto. La Sociedad Louis Pasteur ha muerto. Nadie le dar谩 una subvenci贸n, nadie le permitir谩 funcionar. Es el precio de la confesi贸n, o si se quiere, de la sinceridad. Creo que la sociedad venezolana, y me refiero a la sociedad en el sentido de grupo humano que establece ciertos compromisos, ciertos objetivos comunes, est谩 basada en una mentira general, en un vivir postizo. Lo que me gusta no es legal. Lo que me gusta no es moral. Lo que me gusta no es conveniente. Lo que me gusta es un error. Entonces, obligatoriamente tengo que mentir. No voy a renunciar a mis apetencias, a mi “verdad”. Voy a disimularla. Voy a aparentar esto o lo otro, para as铆 poder esconderme, porque vivo en un pa铆s donde mis deseos no forman parte de la poes铆a, donde el “culo de la alemana” o los 15 rones del atardecer no son “culturales”, donde la descripci贸n que se hace de m铆 en t茅rminos literarios, pict贸ricos, es decir, en t茅rminos “sublimes” pertenece a ese edificio casi teologal que es el “deber ser”. ¿De d贸nde sacamos nuestras instituciones p煤blicas? ¿De d贸nde sacamos nuestra noci贸n de “Estado”? De un sombrero. De un rutinario truco de prestidigitaci贸n. El campamento que era una ciudad como Caracas hacia 1700 consigui贸 una “forma” capaz de disimular ciertas amabilidades precarias, cierta vida aut茅ntica, donde intercambi谩bamos un poquito de sal y un poquito de harina, cierto “mientras tanto” y cierto “por si acaso”.




–¿Y hoy?


–Vivir es defendernos del Estado. Defendernos de un patr贸n 茅tico al que llamamos “Estado” y que no es otra cosa que la traslaci贸n mec谩nica de un esquema europeo. Se acept贸 la “moral” y la “c铆vica”, como me las ense帽aban en el bachillerato, cuando mi profesor en el Liceo Ferm铆n Toro me dec铆a una cosa y el polic铆a de la esquina me dec铆a otra. Vivimos en una sociedad que no ha podido escoger entre la “moral” y la “c铆vica”, hasta el sol de hoy, conceptos absolutamente contrapuestos. Si soy “moral” no soy “c铆vico”. Y si soy “c铆vico”, ¿c贸mo diablos hago para ser moral? El Estado venezolano, dicho as铆, con may煤sculas, no se parece a los venezolanos. El Estado venezolano es una aspiraci贸n m铆tica de sus ciudadanos. El Presidente es presidente s贸lo porque 茅l dice que es presidente. Pero, en realidad, no es un presidente. Es una persona que est谩 all铆, desempe帽ando una provisionalidad, mientras le encontramos su “lado flaco”, su rasero de miserias cotidianas, su condici贸n de “z谩ngano” del panal. De all铆 que la funci贸n presidencial no es entendida del todo por los ciudadanos. Casi todos nuestros compatriotas piensan “honestamente” que el Presidente, sea quien sea, ll谩mese como se llame, es un ladr贸n. O es m谩s o menos un ladr贸n. Si un hombre llega a Miraflores, es necesariamente “l贸gico” que se dedique a robar. Si no lo hace, pertenece a la categor铆a de los “inexistentes”, al limbo del “paradigma”. Desde luego, no nos gusta que el Presidente robe. No nos gusta. Lo damos por hecho. Puede ser que nos quejemos amargamente de la corrupci贸n gubernamental, de tal o cual pillo que se robe un dinero, pero la damos por hecho. “Todos los pol铆ticos son unos bandidos”. “Todos los pol铆ticos son unos corruptos”. “Todos los pol铆ticos son unos ladrones”. Eso es lo que realmente pensamos. El corrupto no es un ser excepcional. El corrupto es un ser l贸gico, sostenido por una relaci贸n de causa y efecto. El corrupto es “la norma”. El hombre honesto o es un pendejo o es simplemente una excepci贸n lujosa.


–Con la aparici贸n del petr贸leo, el ciudadano empieza a pedirle al Estado una cierta racionalidad, una efectividad y una eficacia...


–Se cre贸 una especie de cosmogon铆a. El Estado adquiri贸 r谩pidamente un matiz “providencial”. Pas贸 de un desarrollo lento, tan lento como todo lo que tiene que ver con agricultura, a un desarrollo “milagroso” y espectacular. Un ciudadano ingl茅s, un italiano, un sueco, no espera “milagros” del Estado. A eso se reduce lo que se llama “madurez pol铆tica”. A no esperar demasiado del Estado. Los par谩metros de las sociedades europeas son previsibles. Inglaterra se mueve dentro de una relativa prosperidad y una relativa pobreza desde hace un mont贸n de a帽os. La apreciaci贸n de la gesti贸n gubernamental, por parte de un ciudadano ingl茅s, es un hecho bastante objetivo, proviene de situaciones absolutamente concretas. Para Margaret Thatcher es relativamente sencillo convocar a los ingleses y decirles: “Miren, la situaci贸n es muy dif铆cil. No prometo prosperidad, no prometo multiplicar los panes y los peces. Prometo dificultades, peligros de todo tipo, y prometo un empe帽o en tratar de salir adelante. Prometo seriedad. Tal vez vamos a decaer. Tal vez vamos a vivir peor. Pero, prometo que voy a tratar de hacerlo lo mejor posible”.


–De ellos a nosotros, de lo ideal a lo concreto:


–Imaginemos que un pol铆tico venezolano diga algo parecido en una campa帽a electoral. Imaginemos un candidato que nos hable de imposibilidades, de limitaciones, de realidades. Un candidato que no nos prometa el para铆so es un suicida. ¿Por qu茅? Porque el Estado no tiene nada que ver con nuestra realidad. El Estado es un brujo magn谩nimo, un tit谩n repleto de esperanzas en esa bolsa de mentiras que son los programas gubernamentales. Un tomate, una papa, una mazorca, un arbusto de caf茅 eran en la Venezuela de 1900 productos de un esfuerzo tangible, de mediocre certeza. No hay ning煤n milagro posible en una mazorca, como no sea el milagro de la tierra. Una mazorca de ma铆z cuesta tres centavos, cuatro centavos, cinco centavos, seis centavos. Esas son, en t茅rminos de precio, las 煤nicas sorpresas que puede darnos. El petr贸leo es diferente. Espectacularmente diferente. Hoy val铆a medio d贸lar. Ma帽ana tres. Despu茅s seis, doce, veinticuatro, hasta treinta y seis d贸lares. No se trata de una econom铆a fundamentada en el fatigoso esfuerzo, en el “un poquito hoy” y “un poquito ma帽ana”. Se trata de un show econ贸mico. El petr贸leo es fant谩stico y por lo tanto induce a la ilusi贸n de un milagro. Cre贸 en la pr谩ctica la “cultura del milagro”. Por primera vez, el Estado venezolano hab铆a hecho un “buen negocio”, lo cual, vi茅ndolo bien, resultaba excepcional dada su costumbre de hacer p茅simos negocios. ¿C贸mo un pobre se convert铆a en rico en la Venezuela de 1905? Descubriendo un tesoro. No hab铆a otra manera. No hab铆a “negocios”, ni especulaci贸n en la Bolsa, ni golpes de fortuna. Hab铆a la leyenda de que los espa帽oles en los d铆as de la Independencia enterraron ba煤les, arcones, botijuelas repletas de morocotas. Mi padre, un primitivo habitante de lo que hoy en d铆a llamamos en Caracas, Catia, o Parroquia Sucre, sol铆a hablar de un canario que a principios de siglo descubri贸 uno de esos tesoros. Cav贸 en la tierra, hizo un hoyo, y encontr贸 monedas de oro. Pues bien: a eso se parece el petr贸leo. Es cuesti贸n de cavar hoyos y descubrir riqueza. El hueco petrolero sustituir谩 a la imaginaci贸n del hueco donde hab铆a morocotas espa帽olas. El Estado era ahora capaz de hacernos progresar mediante audaces saltos. !Viva G贸mez y adelante! ¿No era 茅sa la consigna? ¿No pag贸 el dictador la deuda externa en pocos a帽os? ¿No comenzamos a ver prodigios? ¿No fue ese el comienzo del “sue帽o venezolano”? Tal vez Argentina lo tuvo en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez Chile en los lejanos d铆as del cobre y el nitrato. Tal vez Brasil, en tiempos de Getulio Vargas. Pero no se puede hablar de un sue帽o colombiano, ni de un sue帽o paraguayo, ni de un sue帽o boliviano u hondure帽o. La agricultura y la ganader铆a no provocan las m铆nimas condiciones de ese “sue帽o”. Nuestro “sue帽o” fue saltar sobre esa lenta y fatigosa historia.


–¿Y nos apoyamos en una mentira?


–La riqueza petrolera tuvo la fuerza de un mito. Mi padre hablaba de Filippo Gagliardi como los norteamericanos hablaban de Henry Ford. Digo mal, porque la riqueza de Henry Ford es el producto concreto de una inventiva y de una inmensa capacidad de trabajo. Pero Gagliardi en los a帽os de P茅rez Jim茅nez lleg贸 al sitio del “ba煤l de morocotas”. Lleg贸, seg煤n mi padre, con los pantalones rotos. De hecho, tuvo que hacerse unos pantalones, nada menos que con la bandera del barco y ahora, me parece estarlo oyendo, m铆ralo, m铆ralo a donde lleg贸. Mira el relator que tiene. En mi casa de Catia, por all谩 por 1955, vivi贸 un inmigrante italiano. Un d铆a, ese italiano de profesi贸n tornero, descubri贸 en una revista un anuncio que promocionaba esas se帽ales de carretera que llamamos “ojos de gato”. El hombre recort贸 el aviso, y me hizo escribirle una carta al ministro de Obras Publicas, solicit谩ndole una audiencia. La carta fue enviada, pasaron meses y meses, y por fin, el ministro se dign贸 atender al italiano tornero. Pas贸 un a帽o y por fin el contrato se hizo realidad. De golpe y porrazo, como solemos decir, el italiano era representante exclusivo de los “ojos de gato” en ese fant谩stico pa铆s en ascenso. Dem谩s est谩 decir que se hizo millonario. Pero ese concepto, o mejor dicho, esa ilusi贸n, profundiz贸 m谩s la idea de la provisionalidad. Nunca fuimos tan “provisionales” como en los dorados a帽os de P茅rez Jim茅nez. Hab铆a m谩s riqueza que presencia. La ciudad de Caracas no era capaz de reflejar esa prosperidad por m谩s edificios y monumentos que se construyeran. La ciudad segu铆a siendo una aldea, pero todos est谩bamos de acuerdo en que se trataba de una aldea provisional, “mientras tanto y por si acaso”. Por eso desapareci贸 el hotel Majestic para dolor de los nost谩lgicos. Por eso despedazaron con una bola de acero la miserable casita donde hab铆a nacido Andr茅s Bello. No viv铆amos donde ten铆amos que vivir, pero tampoco sab铆amos d贸nde ten铆amos que vivir, cu谩l era la imagen de la ciudad que so帽谩bamos, en qu茅 consist铆a esa fabulosa ciudad. Por eso, Caracas no es una ciudad reconocible. Por eso no se la puedes describir a un extranjero. Vete a Par铆s e intenta explicar a un franc茅s qu茅 es Caracas. ¿Qu茅 puedes decir? Grandes edificios, muchas autopistas, algo como Houston, como Los 脕ngeles, algo inerte y sin recuerdos. Grandes, edificios, grandes autopistas, como los discursos de P茅rez Jim茅nez, que eran una s铆ntesis de cu谩ntos edificios se hicieron y cu谩ntas autopistas se construyeron. La democracia lejos de apartarse de ese camino, insisti贸 en la construcci贸n de ciudades provisionales. Betancourt, Leoni y Caldera no fueron demasiado lejos en ese “sue帽o venezolano” porque la realidad presupuestaria lo imped铆a. Segu铆amos siendo ricos, pero, no tan ricos. Pero vino el otro P茅rez, Carlos Andr茅s P茅rez, y all铆 s铆 encontramos la frase que nos defin铆a. Est谩bamos construyendo La Gran Venezuela. P茅rez no era un Presidente. Era un mago. Un mago capaz de dispararnos hacia una alucinaci贸n que dejaba peque帽as lagunas. P茅rez enrumb贸 el acto del poder hacia la fantas铆a.



–El pueblo venezolano es irreverente frente al poder; sin embargo, le exige formalidad...


–Es cierto. No solamente el venezolano le est谩 pidiendo al Estado que asuma dignamente su condici贸n de tal, sino que por primera vez en la historia de Venezuela, hay signos inequ铆vocos de que nos interesa la suerte de ese Estado, hasta donde percibimos la noci贸n de Estado. Normalmente, en Venezuela el Estado es el gobierno, y concretamente el gobierno de turno. Desde los tiempos de Juan Vicente G贸mez hasta el segundo o el tercer a帽o de gobierno del doctor Herrera Camp铆ns, los informes del Banco Central, las alocuciones presidenciales y las declaraciones de los ministros de Hacienda pregonaban un continuo crecimiento. El pa铆s crec铆a econ贸micamente casi como los ciclos de la naturaleza, y tan irresponsable era ese crecimiento como puede ser irresponsable un aguacero. Era un crecimiento que no depend铆a de nosotros. El mundo nos hac铆a crecer. La prosperidad norteamericana o europea nos hac铆a crecer. El nacionalismo egipcio nos hac铆a crecer. Las ambiciones 谩rabes nos hac铆an crecer. Y de repente, ese crecimiento se detuvo. Hemos comenzado a vivir un d茅ficit, y el presidente Lusinchi no ha podido soltar una balandronada de esas de, “ahora somos m谩s ricos” o “estamos pensando regalarle un barco a Bolivia” o “vamos a prestarle dinero a los pa铆ses pobres de Latinoam茅rica”, como alguna vez nos dijo P茅rez Jim茅nez. Por el contrario, andamos ahora de lo m谩s modestos y nuestra 煤nica soberbia es pagar puntualmente los intereses de la deuda externa y a rega帽adientes un pedacito de capital. El gobierno tiene problemas y todo el mundo sabe que el gobierno tiene problemas. Entonces nos ha empezado a interesar la suerte del gobierno. Hemos comenzado a entender que el gobierno no es una cat谩strofe natural, sino una contingencia que se expresa en un proyecto econ贸mico. Y hemos comenzado a entender que ese proyecto econ贸mico del gobierno tiene que ver con el precio del solomo y de los pimentones cotidianos. Que un error del gabinete reduce las posibilidades del sueldo que gano. Antes no ocurr铆a. Antes el gobierno era simplemente una calamidad, una desgracia natural, una breve esperanza y un inevitable deterioro en estos tiempos de la democracia; un fraude ontol贸gico. ¡Qu茅 lejos quedaron los tiempos del segundo P茅rez! La noci贸n de progreso surgi贸 en nosotros a partir de acontecimientos gratuitos. Yo me acerco a los cincuenta a帽os y jam谩s en mi vida de ciudadano, un Presidente me ha convocado a nada. Yo he vivido cuarenta y ocho anos en calidad de testigo del gobierno, sin escuchar una proposici贸n que venga de Miraflores. De Miraflores vienen hechos cumplidos e indiscutibles. A veces, esos hechos cumplidos, productos de un azar hist贸rico (la crisis del Canal de Suez, la guerra arabejud铆a, etc.) han provocado un tremendo impacto emocional en mi vida. Lo provoc贸 P茅rez Jim茅nez cuando nos particip贸 que 茅ramos un pa铆s rico. Hasta ese momento, yo estaba acostumbrado a vivir en un pa铆s de gente que sobreviv铆a. Durante el siglo XIX y, en este siglo, hasta la presidencia de Cipriano Castro, el pa铆s viv铆a decayendo. Vivir era sobrevivir. Un peque帽o per铆odo de bonanza relativa, una correcta administraci贸n de alg煤n servicio p煤blico, era todo un acontecimiento excitante. Era salirse de la norma habitual. P茅rez Jim茅nez decret贸 el sue帽o del Progreso. El pa铆s no progres贸, desde luego. El pa铆s engord贸, y hay una gran diferencia entre engordar y progresar. Pero esa gordura, ese sobrepeso, desempe帽贸 el rol del progreso. Los venezolanos creemos que La Gran Venezuela del otro P茅rez fue impactante. Pero esa Gran Venezuela del segundo P茅rez fue mucho menos sensacional que la Gran Venezuela del primer P茅rez. P茅rez Jim茅nez fue un debut Carlos Andr茅s P茅rez, una reprise. A pesar de la visceral enemistad, los dos P茅rez se parecen mucho. P茅rez Jim茅nez identific贸 nuestro pasado con la mediocridad. Nos hizo pensar que esa esperanza que el pueblo deposit贸 en el breve gobierno de R贸mulo Gallegos era un error candoroso. P茅rez Jim茅nez logr贸 identificar al pa铆s pal煤dico y juambimboso, al pa铆s de los hombrecitos de un metro sesenta y tez amarillosa con el plebeyismo adeco. No fue P茅rez Jim茅nez un gobernante impopular. Fue simplemente un gobernante “apopular”. Derroc贸 el gobierno de Acci贸n Democr谩tica con un golpe fr铆o sumamente aplaudido por la exigua clase media, por los socialcristianos y por la elite financiera. Acci贸n Democr谩tica se disolvi贸 como un anti谩cido a pesar de toda esa leyenda de oposici贸n clandestina... heroica, precisamente por lo que tuvo de individual, porque fue el enfrentamiento de una dictadura ante una pavorosa indiferencia general. Creo que he insistido mucho en los a帽os de P茅rez Jim茅nez a lo largo de esta conversaci贸n. Pero es que a veces me preocupa que nos olvidemos de la trascendencia hist贸rica de esos a帽os. ¿Hasta cu谩ndo la Historia de Venezuela va a continuar cont谩ndose en t茅rminos morales? ¿Hasta cu谩ndo vamos a dividir nuestros gobernantes en buenos y malos?




–¿Hemos intentado construir un Estado que no coincide con lo que somos?


–Si hemos construido desde 1828 hasta el sol de hoy un Estado apol铆neo, donde la realidad act煤a como una frustraci贸n de lo sublime, no tiene nada de extra帽o, entonces, que nuestra historia se cuente, y lo que es peor, se interprete, en t茅rminos morales. La tradici贸n hist贸rica de esta rep煤blica parte de un supuesto terrible. En 1783, naci贸 en Caracas, un genio inimitable, un extraterrestre insuperable, una especie de carambola c贸smica. La historia de Sim贸n Bol铆var, la que aparece en sus documentos, en sus cartas, en sus manifiestos, en sus consideraciones sobre la pol铆tica de los primeros a帽os del siglo XIX, no tiene nada que ver con ese semi-Dios inventado, fertilizado y a veces censurado por la Sociedad Bolivariana. Desde luego, el culto a Bol铆var, la sacralizaci贸n del Padre de la Patria, no es una potestad 煤nica de la Sociedad Bolivariana. Desde Guzm谩n Blanco para ac谩, no ha habido un presidente de Venezuela que no haya citado a nuestro gran personaje a la hora de cometer cualquier arbitrariedad. El pensamiento de Bol铆var es rom谩ntico y por lo tanto febril y tormentoso, repleto de humores, indignaciones, exaltaciones, tormentos y alucinaciones, como las sinfon铆as de Beethoven o las extravagancias de Lord Byron. De hecho, quienes conocieron de cerca a Bol铆var nos lo describen como un hombre pintoresco, esc茅nico, amigo de los coups de theatre, erot贸mano e inestable. De all铆 que sus acciones en el campo pol铆tico presentan claras contradicciones, malos humores, depresiones y cuanto “ego” puede haber en este mundo, caracter铆sticas todas estas que lo hacen ser un hijo de su tiempo. Este hombre intuye en Europa una visi贸n americana. 脡l tiene el paisaje. Europa le aporta una ideolog铆a, o dicho m谩s rigurosamente, una inquietud ideol贸gica. Su pasi贸n, la misma que le llev贸 a inventar sombreros a Par铆s o a jugar naipes como un libertino desaforado, lo induce a afirmar que Napole贸n Bonaparte es un traidor, que ha cambiado la casaca republicana por ese manto de armi帽o y ese oropel de pedrer铆a que aparece en el famoso cuadro de la coronaci贸n. Napole贸n ha abandonado los principios esenciales de la revoluci贸n francesa. Bol铆var, atrapado en esa ira, merienda en el Monte Sacro de Roma, y all铆, si ha de creerle uno a la tormentosa memoria de Sim贸n Rodr铆guez, nuestro Libertador habla del Imperio Romano y de piedras seculares y de la Independencia de su tierra. Dicho de otra manera: 脡l va a enmendarle la plana a Napole贸n. 脡l va a hacer lo que Napole贸n no hizo. 脡l va a vivir un drama mas贸nico, el sue帽o de los “freres” y todo eso, en G眉iria o en Ocumare o en Puerto Cabello. La construcci贸n de la obra es la construcci贸n de 茅l mismo. 脡l es su obra. Terminada la acci贸n donde este caraque帽o se desempe帽a con impresionante y hasta neur贸tica tenacidad, Bol铆var pierde el rumbo y se convierte en un hombre inc贸modo. Ha concebido un gran ideal, la uni贸n de varios pa铆ses en lo que 茅l denomina La Gran Colombia. La idea es perfectamente francesa, y cuando digo esto, por Dios, no pretendo ser peyorativo, no pretendo que los lectores de la secci贸n de Cartas de El Nacional me exhiban como un nuevo Santander o como un segundo Arciniegas. La idea de la Gran Colombia es francesa, es universalista, es europea, es, en una palabra, una idea de “civilizaci贸n”. Y si hubiese ido m谩s lejos, si hubiese concebido un pa铆s del tama帽o de Suram茅rica, con Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, sumados, el delirio, pues, habr铆a sido fant谩stico. Pero la realidad no funcion贸. Y lo que me niego a pensar es que la realidad que destruye el sue帽o de la Gran Colombia es una simple sumatoria de mediocridades. Me niego a considerar al general P谩ez como un cretino pat谩n que no supo entender la magnitud de un genio. A eso llamo la historia moral de Venezuela. Bol铆var es genial. P谩ez es un imb茅cil. Santander es un cochino. Sucre era muy bueno. Mari帽o, medio bueno. Piar un ambicioso, Berm煤dez un mat贸n; etc. ¿Qu茅 es esto? ¿Ad贸nde vamos con este catecismo? ¿Qu茅 clase de historia es 茅sta que comienza por etiquetar virtudes morales en los pr贸ceres? ¿Qu茅 derecho tienen las “viudas del Libertador” de despotricar del general P谩ez? Cometido ese pecado original, la historia de Venezuela se comporta como una estirpe. Este es un bueno. Este es un malo. Esta, pobrecita, es mala porque no le informaron. Vargas es bueno. Carujo es malo. Soublette es bueno. Guzm谩n robaba pero no se le pueden negar sus virtudes. A Castro lo perdieron las mujeres. Zamora era bueno y lo mataron los malvados en Santa In茅s, G贸mez era un vampiro, pero hizo la Trasandina, o G贸mez es el mejor presidente que hemos tenido porque nos meti贸 a todos en cintura. ¿Qu茅 estupidez es 茅sta? ¿C贸mo le podemos ense帽ar a nuestros j贸venes semejante basura?


–Bol铆var...


–He citado a Bol铆var como un personaje v铆ctima de sus admiradores, para referirme a la manera como la sociedad venezolana percibe a sus caudillos. R贸mulo Betancourt, me interesa mucho m谩s; desde luego, no porque lo considere m谩s importante que Bol铆var, en esta especie de carrera de caballos o de olimp铆ada en que hemos convertido el an谩lisis hist贸rico, sino porque me ata帽e m谩s. Yo tuve una gran desgracia, o mejor dicho, una doble desgracia, a la hora de apreciar la figura de Betancourt. Cuando era ni帽o, mi padre, ferviente cat贸lico, describ铆a a Betancourt, en nuestras sobremesas, como un comunista que recib铆a rublos del Kremlin, un enemigo de lo piadoso, pr谩cticamente un esp铆a a las 贸rdenes de la KGB. Cuando ingres茅 al Partido Comunista, la descripci贸n era tan religiosa como la de mi padre. Betancourt era simplemente un agente de la CIA, un tenebroso personaje a las 贸rdenes del imperialismo, dispuesto a entregar el petr贸leo, el acero y el aluminio a esa especie de guarida del diablo que era Wall Street. Quiero decir que yo viv铆 dos religiones frente a R贸mulo Betancourt. Durante su gobierno, me sent铆 perseguido. Sobreviv铆 gracias a la piedad del Director de Cultura del Ministerio de Educaci贸n, y a la generosidad del director de la Radio Nacional, porque literalmente fui expulsado del Departamento de Teatro Infantil del Consejo Venezolano del Ni帽o, por comunista. Fue necesario un cierto tiempo para que yo pudiese percibir la figura de Betancourt con una relativa serenidad. Durante el gobierno del doctor Leoni, le铆 por primera vez la reproducci贸n de El Libro Rojo, editado por Jos茅 Agust铆n Catal谩. Pocas lecturas nacionales me han impactado tanto. Las cartas de inconfundible estilo, enviadas por Betancourt desde Costa Rica, nos describen a un febril muchach贸n marxista en el trance de descubrir que el marxismo no era una panacea universal. La reflexi贸n de Betancourt sobre las peculiares condiciones socioecon贸micas de Venezuela, son, mira t煤 lo que es la vida, el origen del MAS, s贸lo que se trataba de un MAS concebido en 1930, cuarenta y un a帽os antes de la aparici贸n de ese grupo pol铆tico. Betancourt, en su lenguaje no siempre feliz, habla de un socialismo con vaselina, es decir, de una estrategia y de una t谩ctica donde el movimiento revolucionario contra la dictadura de G贸mez tiene que tomar en cuenta la realidad concreta de la econom铆a y de la historia de Venezuela. Betancourt distingue matices en la primitiva “burgues铆a nacional” y esgrime la democracia, como una t谩ctica destinada a crear rebeld铆a en “las masas”. Era un pensamiento. Los comunistas de esa 茅poca actuaban, por el contrario, como un club de admiradores de la Uni贸n Sovi茅tica, como “fans” de Stalin empe帽ados en proclamar los logros de la actividad koljosiana en la remota Ucrania. Hablaban de remolachas sovi茅ticas y de campesinos de ropa modesta y almidonada contemplando puestas de sol con m煤sica de balalaika. El primer manifiesto del PCV esta escrito en vocativo. “Vosotros obreros sois...”, es decir, est谩 escrito en el lenguaje de los curas espa帽oles. Betancourt le puso el “t煤” a la moderna pol铆tica venezolana. Su actividad consiste en visitar cada pueblo, cada caser铆o, cada conuco y explicar all铆 la idea de un partido redentor. Betancourt se ata a la cuerda hist贸rica de la Revoluci贸n Federal, y, desde luego, le hace la cruz a la candidez de los comunistas. Betancourt llega a definir al Partido Comunista de Venezuela como un partido “peque帽o burgu茅s”. La democracia, es decir, el pa铆s donde hoy vivimos, es su norte. Dudo mucho que Betancourt haya entendido en profundidad las ideas de Marx. ¿D贸nde las pod铆a leer integralmente en 1940? La actividad pol铆tica lo convirti贸 en un hombre de circunstancias. La formaci贸n stalinista le hizo pensar que la democracia era 茅l. Los sucesos en que se vio involucrado, desde el golpe contra Medina, hasta la ca铆da de R贸mulo Gallegos, terminaron por convertirlo en un pragm谩tico, en un hombre cauteloso que aprendi贸 a dominar sus rabietas. De all铆 que hizo amigos, que uni贸 esfuerzos, que le hizo la corte al doctor Caldera, que denunci贸 el sectarismo, que gobern贸 Venezuela durante los primeros a帽os de la d茅cada del sesenta, era un obsesivo de la democracia por la democracia misma. Su pol铆tica econ贸mica es la l贸gica transici贸n de lo que el perezjimenismo hab铆a acumulado y la l贸gica cr铆tica de lo que el perezjimenismo hab铆a dejado de hacer. No se trata de un golpe de tim贸n. Se trata de una correcci贸n de rumbo carente del menor dramatismo. El pa铆s en el plano econ贸mico sigue siendo m谩s o menos el mismo si se descuenta la feroz posici贸n ante los corruptos, la necesidad de sanear la administraci贸n p煤blica y el establecimiento de unas reglas de juego mucho m谩s civilizadas. Hab铆amos conquistado la democracia y Betancourt aspiraba sinceramente a una efectividad gubernamental que no levantase demasiadas ampollas. La consigna con la cual llega al poder es impresionante. Los Napolitan se habr铆an llevado las manos a la cabeza. Los estrategas de sal贸n lo habr铆an tildado de loco o suicida: “Contra el miedo: Vota blanco”. Pero, en efecto, su gobierno se hizo “contra el miedo”, contra los traumas, contra los que aspiraban, incluso en su propio partido, a una mayor profundizaci贸n en las reformas sociales. Hab铆amos conquistado la democracia, y para Betancourt, hombre del 28 al fin y al cabo, la posibilidad de hablar mal del gobierno, la posibilidad de criticar a un ministro ineficaz o a un funcionario ladr贸n, era una raz贸n de vida. Era una tarea hist贸rica. “Hablar pendejadas del gobierno”, es decir, “menos barbarie y m谩s decencia”, fue su visi贸n. Betancourt el fiero, hab铆a aprendido a vivir en sociedad. All铆 estuvo su gloria y, a veces, creo, su infierno. Qui茅n sabe si le agreg贸 az煤car a la vaselina. En todo caso, evit贸 cuidadosamente “los grandes cambios”, hasta que mi pap谩 me dijo, caramba, es verdad, como que el tipo no era comunista.


–Betancourt s铆 intenta cambios en lo econ贸mico. 脡l inicia la pol铆tica de sustituci贸n de importaciones...


–No quiero ser mezquino. Pero la pol铆tica de sustituci贸n de importaciones era una exigencia empresarial, o por lo menos, de un gran sector del empresariado. Exist铆a una capacidad econ贸mica para ensamblar autom贸viles y cigarrillos y laticas de petit-pois. Exist铆a la posibilidad de cerrar gradualmente las importaciones. Betancourt enmend贸 una pol铆tica econ贸mica, sin eso que los dirigentes adecos suelen llamar “mayores traumas”. Insisto en esto, no por disminuir la figura de Betancourt, sino porque resulta rid铆culo en estos momentos pensar que el 23 de enero de 1958 fue un cambio radical de la sociedad venezolana. No. Todo el mundo ten铆a miedo. Todo el mundo pensaba que el pa铆s se estaba embochinchando y que los militares iban a dar un golpe y que iba a regresar Pedro Estrada con sus “chicos malos”. El 23 de enero fue un j煤bilo, un aire cordial que flot贸 en el pa铆s. Fue la posibilidad de hablar vainas, de criticar al gobierno, y hasta de sustituirlo. Betancourt defini贸 posiciones y jug贸 al equilibrio. El modelo de pa铆s que su gobierno intu铆a se parec铆a a ese lugar donde viv铆an Mickey Rooney y Elizabeth Taylor en las comedias MGM de mitad de los a帽os cuarenta. Era la apoteosis de la clase media. El Cafetal es un museo viviente de esa aspiraci贸n. Por eso, du茅lale a quien le duela, Betancourt no s贸lo es el fundador de Acci贸n Democr谩tica, sino el art铆fice supremo, el gran constructor del partido social cristiano. Betancourt fue el gran empresario del partido Copei en esa especie de “trust” democr谩tico que se construy贸 durante su gobierno. Cuando Gonzalo Barrios perdi贸 las terceras elecciones presidenciales de la democracia, Betancourt debe haber puesto una fiesta, porque, muy por encima de las aspiraciones hegem贸nicas de su partido, aparec铆a un concepto de alternabilidad democr谩tica. El caudillo no s贸lo hab铆a inventado el gobierno, hab铆a inventado, nada menos, que la oposici贸n. Cuando P茅rez perdi贸, todos vimos a Betancourt diciendo “We will come back”. ¿Alguien vio amargura en su rostro? Por el contrario, yo dir铆a que el hombre que nos hablaba era un hombre feliz. Copei ocup贸 el lugar que en una 茅poca eterna y tormentosa ocupaban las Fuerzas Armadas, o los caudillos alzados: la ilusi贸n de cambio, la misma que excus贸 la invasi贸n de los sesenta contra el gobierno de Ignacio Andrade. La misma. S贸lo que menos espont谩nea, m谩s c铆vica y definitivamente constitucional.




–¿Usted cree que el Estado se puede reformar en fr铆o? ¿La 煤nica salida es el escepticismo?


–Sinceramente, no me siento esc茅ptico en cuanto a las posibilidades de una reforma del Estado venezolano. No me siento esc茅ptico frente a la Copre, si por escepticismo entendemos la c贸moda posici贸n de quedarse en casa y decir, con el estilo de un viejo mat贸n de la pol铆tica: “Est谩n perdiendo el tiempo. Hay otras realidades”. Y toda esa quincalla. S铆 creo que la Copre se mueve en un terreno dif铆cil. S铆 creo que no es del todo cierta esta convocatoria del Estado a su propia reforma. Pero, ser铆a un necio si no me percatara de que por alg煤n motivo, el pa铆s ha comenzado a vislumbrar que en la reforma del Estado est谩 su supervivencia. Que en las actuales circunstancias, la Copre arribe al 茅xito que todos esperamos, desde luego, me parece dif铆cil. Qui茅n sabe si la Copre es el inicio de un proceso, una instituci贸n en medio de una crisis, destinada a crear una conciencia. La Copre no brot贸 de la nada. Brot贸 de ciertas formas organizativas que la poblaci贸n ha comenzado a poner en pr谩ctica para defenderse de las arbitrariedades del Estado. Cuando alguien dice que los venezolanos debemos votar por los gobernantes regionales, est谩, al mismo tiempo, proclamando una experiencia, est谩 constatando una situaci贸n a partir de seis gobiernos, y de lo que ha ocurrido en esos seis gobiernos. Est谩 claro que no podemos continuar as铆. Dec铆a al comienzo de esta conversaci贸n que por primera vez nos importa la suerte de un gobierno. La oposici贸n al gobierno del doctor Lusinchi no ha podido ser radical. Nadie en Venezuela est谩 pensando en qu茅 diablos hacer para desembarazarnos de este gobierno. Por el contrario, existe una demanda de 茅xito, un desearle al Presidente como s铆mbolo de poder, cierta lucidez para que el pa铆s salga del atolladero. La etapa infantil de castigar al gobierno y volvernos a enamorar de un nuevo pretendiente ha comenzado a ceder. El fracaso de Lusinchi, ser铆a mi fracaso, y mi fracaso no me puede alegrar. La polarizaci贸n mediante la aplicaci贸n mec谩nica de la alternabilidad -AD-COPEI - COPEI-AD, tiene ahora otro sentido. Si alguna cr铆tica se le puede hacer al doctor Lusinchi es haber cometido el acto de adolescencia de prometernos que con 茅l 铆bamos a vivir mejor. La 茅poca de los ofertones ha comenzado a declinar, porque el pa铆s demanda del gobierno una mejor y m谩s l煤cida explicaci贸n de lo que est谩 haciendo. Ning煤n gobierno es exitoso. El poder conduce a la desilusi贸n en las sociedades primitivas. ¿No se desilusion贸 el pa铆s de P茅rez a pesar de su espect谩culo, a pesar del pleno empleo? Creo firmemente que los venezolanos hemos comenzado a salir de esa estupidez mediante la cual concebimos al presidente como un se帽or que arregla problemas por obra del Esp铆ritu Santo. Un presidente no es un ser definitivo. G贸mez era definitivo. Franco, en Espa帽a, fue definitivo. P茅rez Jim茅nez fue definitivo. Fidel Castro es lo m谩s definitivo que existe. Pero se trata de dictadores, de gobiernos sometidos al sello personal, dram谩tico, dir铆a yo, del gobernante. Son hombres que se extienden en el tiempo y sus gobiernos terminan por ser “茅pocas”. Nadie puede hablar del gobierno de Fidel Castro en Cuba. En todo caso hablar谩 de la “era” de Fidel Castro en Cuba. Pero un presidente quinquenal no es un caudillo. Y si la Constituci贸n venezolana proh铆be dr谩sticamente la reelecci贸n del mandatario, t煤 me dir谩s qu茅 clase de caudillo puede ser 茅se. Pero en Venezuela le atribuimos al presidente caracter铆sticas de caudillo; es decir, de hombre capaz de crear “eras”. Yo personalmente detesto los caudillos y no me gusta vivir “eras”. A veces creo que es absurdo que los venezolanos no podamos reelegir al presidente, porque, desde luego, en cinco a帽os, es idiota prometer un “cambio”. Pero esto forma parte del p谩nico que inspira en Venezuela la figura del presidente. Cinco a帽os, y salimos de 茅l, como exclamando... ¡uf!


–¿Realmente el venezolano se ha dado cuenta de la necesidad de reformar el Estado o ha sido una reforma impuesta?


–El pa铆s se atasc贸. Eso es un hecho. El pa铆s est谩 saturado de vicios que provienen del Estado. Probablemente lo que sucede es que resulta muy dif铆cil en Venezuela percibir la noci贸n del Estado. En Venezuela hay gobierno... y de vaina. El gobierno es el primer agresor del Estado. Cada cinco a帽os, el gobierno se enfurece contra el Estado, descabeza funcionarios, liquida planes, desv铆a presupuestos, liquida proyectos, quema documentos, cambia los membretes, es decir, destroza una m铆nima continuidad administrativa. El presidente irrumpe en Miraflores prometiendo un pa铆s nuevo, como las promociones de detergentes. Pero en el fondo, los detergentes no son nuevos. Los detergentes son m谩s o menos lo mismo, y sus posibilidades de cambio, pertenecen al mundo de los detalles. El gobierno se publicita a s铆 mismo como “nuevo”, “audaz”, “definitivo”, “otra cosa”, “de aqu铆 en adelante”, pero las relaciones de poder..., relaciones institucionales con la CTV, con Fedec谩maras, con los bancos, con el Ej茅rcito, con el Clero, con los maestros, etc., son m谩s o menos la misma cosa. Entonces, ¿por qu茅 en lugar de proclamar novedad, no proclamamos efectividad? La noci贸n de reforma del Estado, que en el fondo no es m谩s que una m谩s sana y efectiva distribuci贸n del poder, atenta contra este principio jabonero de nuestros gobiernos. Hace poco el doctor Humberto Celli argumentaba en televisi贸n contra la proposici贸n de que los gobernantes fuesen elegidos mediante una votaci贸n directa. El Celli se preguntaba por el desastre que eso significar铆a. ¡Un gobernante del estado Aragua enfrentado al Presidente de la Rep煤blica! ¡Qu茅 horror! !Qu茅 caos! ¡Qu茅 desorden! ¡Si ahora cuesta meter a los gobernantes en cintura, imag铆nense c贸mo ser铆a eso! Pero lo que no dice el doctor Celli es que el sistema actual ha creado una gran frustraci贸n en la provincia. Lo que no dice el doctor Celli es que nuestra provincia se ha hecho m谩s sentida culturalmente hablando, m谩s aut贸noma en la vida cotidiana, y que esa f贸rmula del gobernador elegido “a dedo” por el Presidente de la Rep煤blica, amenaza el desarrollo del pa铆s. La presencia de ese polic铆a central que es el gobierno, ese polic铆a que desde un alto faro vigila el territorio nacional, ha comenzado a resultar intolerable. Porque en el fondo es un polic铆a que vigila mal, un polic铆a equivocado, mofletudo, carente de reflejos, achacoso. Es el “supremo autor” seg煤n la letra de nuestro himno. El “supremo autor” que vigila desde el “Emp铆reo”. Volvemos a la comedia del Estado. Hay que enga帽ar al Gordo. La expresi贸n circunstancial del Estado, que es el gobierno, es la de un cretino al que debes enga帽ar si quieres sobrevivir. Vas a pedirle algo y jam谩s podr谩s decir la verdad. Est谩s obligado a la mentira. Tienes que convertirte en un experto en el uso de palabras claves. Tienes que otear en el horizonte y percibir que hoy el gobierno est谩 interesado, qu茅 s茅 yo, en las instituciones pedag贸gicas populares. Entonces t煤 quieres escribir un ensayo, qu茅 s茅 yo, sobre Teresa de la Parra, y deseas que el gobierno te patrocine esa investigaci贸n. Tienes que mentir. Tienes que decir que el ensayo sobre Teresa de la Parra se compadece perfectamente con la pol铆tica de desarrollo de las instituciones pedag贸gicas de la cultura popular. Aquello no pega ni con cola. Tu ensayo es elitesco, no va m谩s all谩 de treinta interesados, pero t煤 mientes y estafas al Gordo. Los documentos p煤blicos, las cartas de peticiones, son en Venezuela una gran picaresca que r铆ete del Lazarillo de Tormes. Pero esta comedia no es potestad del gobierno. Es tambi茅n un modo de ser de la oposici贸n. La oposici贸n en nuestro pa铆s es rid铆culamente pavloviana. Oposici贸n en Venezuela es decir lo contrario de lo que dice el gobierno. Esto es blanco, dice Lusinchi. Esto es negro, contesta Fern谩ndez. Esto es verdad, dice Lusinchi. Esto es mentira, dice Fern谩ndez. Nada hay en este mundo m谩s previsible que un discurso de la oposici贸n. Un discurso de la oposici贸n es un cassette previamente grabado. Se trata de una oposici贸n “programada” como una Apple II. Lusinchi comete el dislate de decir que con su gobierno se va a vivir mejor, porque me da la gana, y la oposici贸n lo espera en la bajadita, en la bajadita inevitable. Los candidatos le presentan al pa铆s un “plan de gobierno”, por all铆, cuando la campa帽a est谩 concluyendo, y todos sabemos que eso no es m谩s que un “saludo a la bandera”. En mi actividad, que se refiere al teatro, los planes de gobierno consisten casi siempre en decir que se va a estimular la cultura, que se va a hacer m谩s popular la cultura, y desde luego, que se va a afirmar la identidad cultural del venezolano. ¿C贸mo? Ah, no s茅. La oposici贸n aguarda en la bajadita. Pasan tres a帽os, y naturalmente, ni se desarroll贸 la cultura, ni se populariz贸 la cultura, ni se encontr贸 por ninguna parte la identidad nacional. Entonces, la oposici贸n sale de su escondite y grita: “¡Fracaso!”. “¡Fracaso!”. ¡Por Dios! ¿Hasta cu谩ndo? ¿Hasta cu谩ndo le permitimos al Presidente de la Rep煤blica que sea triturado por ese implacable mecanismo? ¿Hasta cu谩ndo le vamos a permitir a la oposici贸n ese ritual can贸nico, inexorable, que le impide hacer verdadera pol铆tica?


–¿Hasta cu谩ndo la clase pol铆tica est谩 dispuesta a fracasar?

–Esa es una gran pregunta. ¿No ser谩 que al pa铆s le hace falta un nuevo liderazgo? ¿No ser谩 que debemos permitirle a AD y a Copei un buen descanso, unos cuantos a帽os de recogimiento y meditaci贸n en alg煤n claustro? Tal vez ni siquiera sean malos partidos. Pero, ¿por qu茅 no los mandamos a las duchas?, para ver... Son partidos que carecen de objetividad. Son demasiado protagonistas. Pero, hasta Laurence Olivier cansa, si lo ves siempre en la misma cartelera.


–Eso es ut贸pico.


–Pero al mismo tiempo inevitable. AD y Copei est谩n viciados. Y lo que es peor, en sus vicios han arrastrado a los otros partidos. Arrastraron al MAS, por ejemplo. El MAS, al insertarse en ese ritual pol铆tico, en calidad de actores de reparto, perdi贸 su raz贸n de ser. No hablo, por Dios, de fusiles, no tengo la menor nostalgia por los fusiles. Los fusiles siguen siendo tan est煤pidos como en 1963. Pero s铆 hablo de otra pol铆tica. Estoy harto de que el MAS baile al son que le tocan AD y Copei. ¿Qu茅 le promete ese partido al pa铆s? Hoy en d铆a nada. Hace unos a帽os tampoco promet铆a nada, pero est谩bamos en v铆as de prometer algo. Y ya eso es bastante. Hoy en d铆a, apenas podemos prometer ser... “mejores”. ¿Pero qui茅n le cre贸 eso al MAS? ¿Qu茅 significa que el MAS sea “mejor” que esto? ¿Qu茅 es ser mejor? De nuevo el esquema, la forma, la reflexi贸n que nace y muere en el seno del partido pol铆tico se impone sobre lo que deber铆a ser real. De nuevo el pol铆tico aturdido por sus propios mecanismos pierde la noci贸n de sus funciones reales en esta sociedad. El desesperado esfuerzo del actual MAS es: “¡T贸menme en serio! ¡Yo soy tan serio como el doctor Gonzalo Barrios! ¡Yo no soy aquel loquito que propon铆a fantas铆as! ¡Yo cambi茅!” Es decir, yo me parezco a mis adversarios, yo s茅 de juego, de elegancia, de fairplay. ¿C贸mo puede ser una alternativa as铆?


–¿Hacia d贸nde puede dirigirse una reforma del Estado?


–¿Reformar qu茅? ¿Reformar en funci贸n de qu茅? Tenemos la sensaci贸n, y m谩s que la sensaci贸n, las pruebas, de que el Estado venezolano es impr谩ctico. Y hemos formulado la necesidad de una reforma del Estado. Sabemos que el Estado es ineficaz y que su estructura provoca en 茅l un movimiento de paquidermo. Sabemos, por ejemplo, que existe una permisolog铆a aterradora, casi sovi茅tica, que impide un mejor desarrollo de la industria de la construcci贸n. El elefante se ha convertido en un carcamal pesad铆simo e insoportable, y por lo tanto es urgente una serie de reformas pr谩cticas dictadas casi por el sentido com煤n. Es posible, entonces, estas medidas de car谩cter inmediato, en estos pr贸ximos meses. Pero ellas no deben confundirnos. El problema sigue siendo el mismo. ¿Para qu茅 vamos a reformar el Estado? ¿Qu茅 queremos lograr con esa reforma? ¿Cu谩l es la proposici贸n, qu茅 es lo que entendemos por Estado aparte de la solemnidad principista? Un organismo existe en la medida que cumple una funci贸n y persigue unos objetivos. Se supone que el objetivo del Estado es el progreso efectivo real, coherente, pr谩ctico de la sociedad, tal como el reglamento del hotel a que hice referencia. Cuando estudi茅 Derecho en la UCV, mi profesor de Derecho Constitucional dec铆a que toda la armaz贸n jur铆dica de una naci贸n persegu铆a como objetivo una cosa llamada “el bien com煤n”. Est谩 bien. Pero, ¿qu茅 diablos es el “bien com煤n”? ¿La felicidad humana? ¿El bienestar humano? ¿La dignidad humana? ¿La justicia humana? El Estado, al igual que el hombre, vive prisionero de prejuicios, de verdades generales, de cosas que parecen ciertas o que el uso ha convertido en “ciertas”. ¿Qu茅 supone que debemos “progresar”?, pero nadie nos dice qu茅 se entiende por progreso. ¿M谩s cemento? ¿M谩s 谩rboles? ¿M谩s autom贸viles? ¿M谩s calles destinadas a que los ciudadanos caminen y oigan el piar de los pajaritos? ¿A qu茅 nos debemos parecer los venezolanos? ¿A la vida del estado de Texas? Ojo, no califico, simplemente me hago esa pregunta. Porque, de repente, para algunos progreso puede ser que vivamos como los pemones. Y para otros, progreso es chimenea, contaminaci贸n y cabillas. Todos estamos de acuerdo en que Venezuela debe fortalecer su agricultura. Jam谩s he conocido un venezolano que diga: “al diablo la agricultura, abajo la cosecha de arroz”. Supongamos entonces que el gobierno decide, como evidentemente es el caso del gobierno actual, aumentar la productividad del campo y reformar leyes, ordenanzas, c贸digos, procedimientos que tengan que ver con la productividad en el campo. Eso, aparentemente, ser铆a estupendo. Pero, alguna vez nos hemos preguntado c贸mo vive un agricultor venezolano. ¿Qu茅 necesita ese ser humano que recoge una cosecha de pl谩tanos? ¿Dinero? ¿M谩s dinero? Pero, ¿dinero para qu茅? ¿No necesitar谩, por ejemplo, ese hombre un teatro donde ver maravillas del arte? ¿No necesitar谩, por ejemplo, una televisi贸n regional, capaz de confrontarlo consigo mismo? ¿No aumentar铆a la productividad del cambur, si el hombre que lo trabaja est谩 orgulloso, verdaderamente orgulloso, del lugar donde vive? ¿No aumentar谩 esa productividad si el hijo del campesino puede encontrar una s贸lida librer铆a, un s贸lido cine de arte, una programaci贸n musical y otras tantas dignidades? ¿No soy mejor agricultor si mi hijo puede graduarse de fil贸sofo en la universidad cercana? Se dir谩: ¡Qu茅 idealismo! Pero es que la vida de un hombre, de un ciudadano, no puede medirse en t茅rminos de productividad. No s贸lo es cosechar tomates. Es ¿para qu茅 cosecho tomates? He citado goces del arte y del pensamiento pero puedo hablar tambi茅n de un buen restaurante, de una desconcertante discoteca para bailar, de un circo que me visita, de un recital de El Puma cerca de mi siembra de tomates, de una conferencia de Ram贸n J. Vel谩zquez en la casa de cultura de mi comunidad. No de miserias culturales que es a lo que estamos acostumbrados. No de migajas que la capital desparrama sobre la provincia. Hablo de vida plet贸rica. De posibilidades aut茅nticas. De incorporaci贸n de todos los hombres de este pa铆s a las mejores oportunidades. La calidad deber铆a ser una consecuencia de la cantidad. Pero en nuestro pa铆s la cantidad es el 煤nico logro.


–Tal vez la reforma m谩s importante ser铆a dotar al Estado de un conjunto de pol铆ticas coherentes, que eviten los movimientos espasm贸dicos, err谩ticos y convulsionados, y que son los que explican la ausencia de continuidad en los planes. ¿Cu谩l ser铆a una pol铆tica coherente en el campo de la cultura?


–La pol铆tica cultural del Estado venezolano es una pol铆tica de mecenazgo. Desgraciadamente, no aparece Lorenzo de M茅dicis por ninguna parte, tal vez porque al mecenas le falta buen gusto, le falta contemporaneidad. Pero, en todo caso, la posici贸n del artista venezolano es la de la mendicidad. El Estado se limita a distribuir un presupuesto, irritante las m谩s de las veces, entre las instituciones culturales. Toma esto. Toma esto. Toma esto... y sigue en tu vida. Te beco, te financio, te ayudo, te doy. Pero el Estado venezolano no hace pr谩cticamente nada por crear las estructuras m铆nimas donde desenvolverse la cultura en cualquiera de sus expresiones. Por ejemplo, se ayuda al teatro, en el sentido de que se dan unos reales, o unos realitos a los grupos teatrales. Pero el Estado es incapaz de organizar y cuidar y estructurar hacia un concepto de rentabilidad m铆nima las salas de teatro que existen en el pa铆s. Es como darle dinero a un se帽or para que cultive tomates y despu茅s desentenderme de d贸nde demonios va a vender ese se帽or esos tomates. ¡Es que el tomate sirve para comerlo! ¿Qu茅 hago yo con unos tomates en unos guacales o en un dep贸sito? Yo quiero comerme esos tomates. Yo quiero ver, o铆r y tocar las manifestaciones de cultura. Yo quiero que Zhandra Rodr铆guez se gane su dinero, mientras m谩s, mejor, bailando para la gente y no para una elite ilustrada. Y lo quiero porque seguro que Zhandra Rodr铆guez se convierte en una empresa, se autofinancia, se muestra como un ser real, y como un art铆culo de lujo m谩s o menos prescindible. Entonces, que sobrevivan los mejores, como pasa en todas partes del mundo. En todas partes del mundo civilizado hay artistas profesionales y hay artistas aficionados. Los aficionados hacen rifas, t贸mbolas, colectas y reciben alguna ayuda comunal para presentar sus espect谩culos de aficionados. Los profesionales generan dinero y no hacen rifas. ¿Que el proceso es gradual? S铆. Es gradual. ¿Pero cu谩ndo lo vamos a poner en marcha? A m铆 no me importa que ocurra en el a帽o 2150. Lo importante es que ocurra y ahora hay que sembrarlo. Esa magnanimidad del Estado con la cultura es letal porque, repito, son unos Lorenzos de M茅dicis taca帽os y de horroroso gusto. La actividad cultural en Venezuela es apenas una mala conciencia de nuestros gobernantes. Y si no, f铆jate en el gobernador del estado Miranda, que de un plumazo cancel贸 del presupuesto regional la partida cultural. ¿Por qu茅 no cancela la del papel toilette? ¿Por qu茅 no se cancela la partida de “clips”? ¿Por qu茅 les es tan f谩cil cancelar la cultura?




–¿Cu谩l es la tarea del ciudadano com煤n?


–La gran pelea es asumir la democracia. Sincerarla. Hay que ense帽arle al Presidente de la Rep煤blica a que sea realmente dem贸crata. Nadie, en esta tarea, tiene derecho a colocarse en la acera de enfrente. Es importante elevar la discusi贸n. Es importante que los socialdem贸cratas piensen y act煤en como socialdem贸cratas; y los dem贸crata-cristianos piensen y act煤en como dem贸crata-cristianos. Un cierto cinismo se ha apoderado de nuestros partidos. A veces, el cinismo se disfraza de resignaci贸n. Es as铆. Tiene que ser as铆. Tengo la obligaci贸n, como intelectual, como artista, o como lo que diablos sea yo, de tomarme en serio a los hombres que hacen pol铆tica en Venezuela. Muchos de ellos han dado lo mejor de s铆 mismos en esa actividad. Por lo tanto, vale la pena reclamar inconsecuencias. Un d铆a, Miguel Otero Silva me ofreci贸 una columna en el Cuerpo C de El Nacional. Entonces pens茅: Jos茅 Ignacio, tienes cuarenta y ocho a帽os, ¿cu谩ndo carajo vas a decir lo que piensas?




Tomado de Ciudad Escrita


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